LA AUTORIDAD DEL EDUCADOR Y EL AUTORITARISMO:
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Ser profesor supone trabajar con un rol de autoridad más o menos
reconocida, esto supone todo un reto para alguien que crea que las
relaciones entre personas deban ser relaciones en donde la igualdad y los vínculos
comunes de fraternidad sean los valores prioritarios. La pregunta es si es
posible autoridad sin autoritarismo.
Mi respuesta es que sí pero, desde luego, es difícil en
el sistema educativo actual. Reconocemos la autoridad de un poeta por su
creación, la de un médico por su ciencia y la de un carpintero por su
técnica. Si construimos una casa y un arquitecto nos dice que un
determinado muro no soportará el peso de la estructura, no lo consideramos
una orden ni un ataque a nuestra independencia, más bien, si somos
sensatos, atenderemos las sugerencias y obedeceremos las directrices
marcadas por el que sabe. Aunque el arquitecto y el médico no tengan
autoridad para castigarnos ni recriminarnos nuestros actos, su autoridad es
reconocida por su racionalidad. Obedecemos cuando sabemos que lo que se nos
dice está basado en el conocimiento y redunda en nuestro bien.
Desde esta perspectiva sería fácil considerar al
profesor como una de estas autoridades que son reconocidas como idóneas en
base a su conocimiento. Sin embargo, el actual sistema de enseñanza
obligatoria hace que el rol del profesor se contamine con el de carcelero.
El maestro no es solo el que enseña sino aquel que vigila para que a los
que enseña no se escapen. No sé cuando empezó a desarrollarse esa estúpida
idea de la educación obligatoria pero, desde luego, no me imagino al
maestro iniciático, al maestro cazador o al maestro herrero de las culturas
primitivas perseguir a sus discípulos para que le atendiesen. Tampoco el
filósofo como pedagogo en el mundo antiguo era carcelero de sus propios
alumnos. De aquí viene que la relación profesor-alumno se convierta en una
oposición y no en dos figuras que se auto complementan.
Es posible ser profesor con autoridad y sin
autoritarismo, lo que es difícil es serlo en un sistema pedagógico que
desprecia tanto al alumno que lo convierte en un preso y un espectador
pasivo de conocimientos, un sistema que desconoce tanto la figura de
profesor que lo convierte en un celador de menores. Como sobrevivimos para
no perder el alma, para no enrocarnos en el papel de carceleros; o como día
a día dejamos de lado nuestro papel de guardián y asumimos el de maestros
todo lo que los sistemas de control del Estado nos dejan es, tristemente,
también la labor del educador actual.
Desde esta perspectiva sería fácil considerar al
profesor como una de estas autoridades que son reconocidas como idóneas en
base a su conocimiento. Sin embargo, el actual sistema de enseñanza
obligatoria hace que el rol del profesor se contamine con el de carcelero.
El maestro no es solo el que enseña sino aquel que vigila para que a los
que enseña no se escapen. No sé cuando empezó a desarrollarse esa estúpida
idea de la educación obligatoria pero, desde luego, no me imagino al
maestro iniciático, al maestro cazador o al maestro herrero de las culturas
primitivas perseguir a sus discípulos para que le atendiesen. Tampoco el
filósofo como pedagogo en el mundo antiguo era carcelero de sus propios
alumnos. De aquí viene que la relación profesor-alumno se convierta en una
oposición y no en dos figuras que se auto complementan.
Es posible ser profesor con autoridad y sin
autoritarismo, lo que es difícil es serlo en un sistema pedagógico que
desprecia tanto al alumno que lo convierte en un preso y un espectador
pasivo de conocimientos, un sistema que desconoce tanto la figura de
profesor que lo convierte en un celador de menores. Como sobrevivimos para
no perder el alma, para no enrocarnos en el papel de carceleros; o como día
a día dejamos de lado nuestro papel de guardián y asumimos el de maestros
todo lo que los sistemas de control del Estado nos dejan es, tristemente,
también la labor del educador actual.
Mi respuesta es que sí pero, desde luego, es difícil en
el sistema educativo actual. Reconocemos la autoridad de un poeta por su
creación, la de un médico por su ciencia y la de un carpintero por su
técnica. Si construimos una casa y un arquitecto nos dice que un
determinado muro no soportará el peso de la estructura, no lo consideramos
una orden ni un ataque a nuestra independencia, más bien, si somos
sensatos, atenderemos las sugerencias y obedeceremos las directrices
marcadas por el que sabe. Aunque el arquitecto y el médico no tengan
autoridad para castigarnos ni recriminarnos nuestros actos, su autoridad es
reconocida por su racionalidad. Obedecemos cuando sabemos que lo que se nos
dice está basado en el conocimiento y redunda en nuestro bien.
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